Este lunes terminó con un jet Lear que despegaba del aeropuerto de
Miami.
En las noticias de las siete vimos a un grupo de personas cerca de
la casa de los familiares de Elián González (¿quién no sabe quién
es este niño que cumplió seis años después de pasar dos dÃas a la
deriva, náufrago y medio huérfano, y que ha provocado manifestaciones
en dos paÃses?), con claveles que debÃan ser rosas blancas en las
manos, con banderas cubanas en las manos.
Desde hace dos meses es motivo de escándalo, no porque quiera. Sus
familiares en Miami sostienen que Elián tiene que quedarse en Estados
Unidos, porque su madre, de la que ya pocos se acuerdan, murió para
que él viviera en libertad.
Sus familiares en Cuba -entre ellos su padre- sostienen que debe regresar
a su casa, y que su madre se fue de Cuba no por diferencias ideológicas
con el régimen sino -como dice la abuela, citando sin saber a Pilar
Ternera- porque el amor la hizo perder la cabeza.
Lo que sea. Está claro que el caso de Elián González no es sobre Elián
González, sino sobre el poder polÃtico ante la isla y en la penÃnsula.
El niño, ahora como antes, es lo de menos. Aquà se trata de rencor,
no de forma de pensar.
Las relaciones públicas pueden hacer que las leyes cambien, la necesidad
polÃtica puede hacer que se produzcan. Ni en Miami ni en La Habana
se cultivan rosas blancas.
Vi un grupo de reporteros que seguÃa -como debe ser en Estados Unidos,
con cámaras y micrófonos- a un grupo que se iba y a otro grupo que
llegaba.
Los que se iban caminaban con prisa: dos señoras escoltadas por señores
serios, bañadas por luces de reflectores y flashes, acosadas por micrófonos,
cruzaron las pantallas y subieron al avión que dije al principio.
Los que llegaban habÃan salido en la televisión desde que iban por
la carretera: las luces de una caravana de luces que avanzaban sin
detenerse, y que al poco rato se convirtieron en autos de los que
bajaron una mujer y dos hombres, y otras personas cuya presencia es
incidental y será ignorada en este relato.
Allá van, el lunes en la noche como otros dÃas en la mañana o en la
tarde, seguidos por la prensa, los familiares de Elián González en
Miami. El fin de semana limpiaron la casa y encargaron comida para
recibir a las abuelas del niño, que vinieron de Cuba en avión prestado
para resolver de una vez por todas quién se queda con él.
Pero las señoras no fueron a la casa en la Pequeña Habana para ver
cómo vive el nieto, ni la familia que tiene a Elián aceptó llevarlo
a una iglesia para que el niño viera a sus abuelas. Después de horas
de negociaciones, las abuelas, escoltadas por señores serios, bañadas
por luces de reflectores y flashes, etcétera, subieron al jet y cerraron
la puerta.
Al mismo tiempo llegaba al aeropuerto la caravana, se bajaban de los
autos una mujer y dos hombres, y avanzaban hacia un edificio, las
cámaras los mostraron entrando por una puerta y saliendo por otra,
y entonces cambió la escena y todos vimos la imagen del jet que comenzaba
a volar hacia Washington.
Asà terminó el primer lunes de mis vacaciones de invierno. Aunque
el episodio duró sólo diez minutos, después de cenar seguÃa pensando
si Elisabeth Brotons dejó la isla por las razones que explica la abuela,
y busqué en archivos y memorias de prensa sin encontrar gran cosa
sobre ella.
Y sigo tratando de encontrar palabras para explicar por qué
esas doscientas personas -tal vez las mismas que bloquearon calles
en Miami y ondean la bandera de MartÃ- representan a cientos de miles
de cubanos que viven en la región, en junio como en enero... |