Las vicisitudes de varios periodistas en Libia (algunos retenidos en
un hotel en Trípoli, otros
secuestrados u objetos
de emboscadas) me hicieron pensar en el oficio del reportero de guerra y en una fecha -marzo de 2003- cuando, a mi modo de ver se produjo uno de los cambios más profundos en la manera de cubrir conflictos armados en Occidente.
Un cambio que muy pocos denunciaron o destacaron: el de los periodistas "incrustados".
Ése fue el horrible término que empleamos para traducir "embedded journalists", es decir, los reporteros que empezaron a las unidades militares estadounidenses y británicas , primero, y luego en Afganistán.
Ésta práctica empezó a solicitud de los propios medios estadounidenses, que buscaban más acceso a los militares que el permitido durante la primera Guerra del Golfo, en 1991.
El Pentágono permitió que los reporteros viajaran con las unidades militares, pero, por supuesto, puso condiciones: los periodistas debían firmar un contrato en el que se comprometían a no divulgar información que revelara la posición de la unidad, misiones futuras o información clasificada a la que tuvieran acceso.
¿Cómo es posible que los medios de comunicación -entre ellos la propia 91ȱ- aceptaran esto?
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La semana pasada me llegó por correo electrónico un aviso del departamento de Comunicaciones de la Casa Blanca sobre una teleconferencia "sobre cambios diseñados para enfocar mejor los recursos para la aplicación de las leyes migratorias".
El aviso aclaraba que las "citas se deben atribuir a 'altos funcionarios del gobierno'", o sea, no era el presidente Obama el que iba a hablar; todo parecía muy rutinario, nada hacía indicar que se iban a hacer anuncios importantes.
Decidimos cubrirla con nuestra corresponsal de Asuntos Hispanos, Valeria Perasso, por las dudas, casi por inercia, por hábito diría, porque al fin y al cabo se iban a hacer anuncios sobre las leyes migratorias.
Sin embargo, el anuncio que se hizo en esa teleconferencia resultó ser importantísimo para los millones de indocumentados que viven en Estados Unidos.
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En Inglaterra
todavía no hay consenso sobre cuál es la causa de los disturbios de la semana pasada.
Como suele pasar la historia ahora es más política que social y cada bando intenta sacar provecho del caos, la anarquía y las imágenes de edificios victorianos en llamas que le dieron la vuelta al mundo.
Pero hasta donde sé, los medios no se han visto a sí mismos para comprobar si les cae algo de responsabilidad.
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En
los disturbios que sacuden Inglaterra solo basta seguir en Twitter las etiquetas #LondonRiots o #England Riots (disturbios en Londres e Inglaterra) para tener acceso a infinita cascada de mensajes de 140 caracteres. Desde voces sobre el terreno hasta alertas de brotes de violencia y demás opiniones encontradas.
Hoy la gente busca organizarse para limpiar el desastre que quedó tras las revueltas. La etiqueta a seguir es #RiotsCleanUp (Limpieza tras los disturbios)
Pero ¿qué hay detrás de esos mensajes? ¿Cuál es el trasfondo de lo que sucede? Hace falta explicarlo.
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La falta de un acuerdo para subir el techo de la deuda generó nerviosismo en las bolsas.
En la última semana los medios de comunicación informaron sobre varias fechas o aniversarios. Que en Cuba se conmemoraban 58 años del Asalto al Cuartel Moncada, que se cumplía un año de las devastadoras
inundaciones en Pakistán y que faltaba un año, también, para el comienzo de los
Juegos Olímpicos en Londres...
Pero tal vez el día más agendado en las redacciones periodísticas fue el 2 de agosto, la fecha límite para que el Congreso de Estados Unidos elevara el techo de endeudamiento de la mayor economía del planeta.
Se reportaba con alarmismo que, si no había acuerdo entre demócratas y republicanos, el país podía caer en cesación de pagos (default). Es decir que se vería imposibilitado de cancelar los intereses de su deuda pública, lo que hubiese causado graves perjuicios a la economía estadounidense y global.
Dije alarmismo, sí; hablo de una exageración. No obstante, debemos reconocer que ese alarmismo, al menos en su versión más cauta (la previsión de un peligro), tenía alguna base.
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